Durante la Guerra Fría nació el proyecto que hoy marca cada trayectoria, sincroniza cada transacción y guía cada viaje: el GPS. Desde sus orígenes militares en la década de 1970 hasta su despliegue civil tras la eliminación de la Selective Availability en 2000, este sistema satelital se convirtió en la espina dorsal de la economía digital y la hiperconectividad global.
A mediados del siglo XX, cuando la humanidad aún no había puesto un pie en la Luna, ya se estaba diseñando una de las herramientas tecnológicas más influyentes del siglo XXI. El Sistema de Posicionamiento Global (GPS), acrónimo en inglés de Global Positioning System, es hoy una infraestructura planetaria sin la cual colapsarían las telecomunicaciones, los servicios financieros electrónicos, el transporte y las cadenas de suministro a escala mundial. Sin embargo, su origen fue todo menos civil: nació como un proyecto estratégico del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, forjado en el crisol de la Guerra Fría.
Como suele ocurrir con las grandes invenciones, el GPS es el resultado de una serie de ideas encadenadas, desarrollos parciales y descubrimientos acumulativos. A continuación, se presenta su historia.
El descubrimiento del principio Doppler y los primeros pasos
Corría 1957 cuando la Unión Soviética sorprendió al mundo con el lanzamiento del Sputnik I, el primer satélite artificial. En Estados Unidos, un equipo de científicos del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins advirtió que, al recibir el “bip” del Sputnik, podían calcular su órbita midiendo el desplazamiento Doppler en su señal de radio. En otras palabras: si se conocía la posición del satélite, era posible determinar con razonable aproximación la posición del receptor en Tierra.
Partiendo de este hallazgo, la Marina de los EE. UU. desarrolló Transit, un sistema rudimentario de navegación satelital operativo desde 1964. Transit permitía a submarinos nucleares conocer su ubicación, aunque con precisión limitada y cobertura discontinua. No obstante, el verdadero salto cualitativo llegaría una década más tarde.
Un sistema global, preciso y permanente
En 1973, el Pentágono unificó sus esfuerzos dispersos en diversos programas y dio origen al proyecto NAVSTAR-GPS (Navigation System with Timing and Ranging – Global Positioning System). El objetivo consistía en desplegar una constelación de 24 satélites en órbita media terrestre (a aproximadamente 20 200 km de altitud) que emitieran, de manera continua, señales horarias ultra precisas, sincronizadas mediante relojes atómicos.
El cálculo de posición se fundamenta en la triangulación: un receptor, al captar la señal de al menos cuatro satélites, puede determinar su latitud, longitud, altitud y velocidad. Aunque audaz en su concepción tecnológica, el principio es relativamente sencillo. A lo largo de las siguientes dos décadas, el sistema fue desplegado progresivamente, sometido a pruebas de validación y declarado plenamente operativo en 1995.
En sus orígenes, el GPS tenía vocación eminentemente militar. Su misión no era guiar automóviles ni sincronizar cajeros automáticos, sino permitir que misiles de crucero impactaran con precisión, que tropas en el terreno se movieran sin desviarse de la ruta y que satélites espía pudieran georreferenciar imágenes con exactitud quirúrgica.
La apertura civil y la revolución tecnológica
La masificación del GPS no fue fruto de una evolución puramente tecnológica, sino de una decisión política. Hasta el año 2000, el sistema operaba bajo una capa de distorsión deliberada conocida como Selective Availability, que degradaba la precisión de la señal para usuarios civiles. El 1° de mayo de 2000, por orden del presidente Bill Clinton, esa barrera fue eliminada: la señal GPS se abrió al público civil con una precisión de hasta 10 metros para cualquier receptor compatible.
Este acto, de naturaleza geopolítica, marcó el inicio de una nueva era. En pocos años, el GPS dejó de ser exclusivo de los ejércitos y se transformó en un componente indispensable de la vida cotidiana. Su integración en teléfonos móviles, vehículos, aeronaves, tractores agrícolas y relojes deportivos no fue un fenómeno espontáneo, sino una auténtica revolución industrial.
Actualmente, más del 95 % de los teléfonos inteligentes del mundo incorporan receptores GPS; aplicaciones como Uber, Waze y Google Maps, así como sistemas de logística just-in-time, drones, wearables de seguimiento de actividad física, turismo autónomo y agricultura de precisión, descansan sobre esta tecnología. Según un informe de RTI International, el impacto económico anual del GPS en Estados Unidos supera los 70 000 millones de dólares.
De monarquía tecnológica a un sistema multipolar
Aunque el GPS sigue siendo propiedad y responsabilidad del gobierno de los Estados Unidos —hoy bajo la gestión de la Fuerza Espacial (U.S. Space Force)—, ya no ostenta el monopolio global. Durante las últimas dos décadas, varias potencias han desarrollado sus propios sistemas de posicionamiento satelital: Rusia opera GLONASS; China ha desplegado con fuerza BeiDou; la Unión Europea impulsa Galileo; India y Japón avanzan con sistemas regionales.
La proliferación de constelaciones no responde tanto a un reto técnico como a intereses geopolíticos: ninguna potencia desea depender de otra para gestionar su comercio, su seguridad o su economía. La señal GPS puede ser bloqueada, degradada o incluso falsificada mediante técnicas de spoofing o jamming. En un contexto de tensiones internacionales, la autonomía en navegación satelital se erige como un activo estratégico, tan crucial como la independencia energética o la seguridad alimentaria.
Por esta razón, los dispositivos modernos suelen operar con señales combinadas de múltiples constelaciones. Un teléfono inteligente actual puede, de forma simultánea, recibir datos de GPS, GLONASS, Galileo y BeiDou, aumentando la precisión, la disponibilidad y la resistencia frente a interferencias.
Desde 2018, Estados Unidos ha iniciado el despliegue de la tercera generación de satélites: GPS III. Estos nuevos artefactos incorporan mayor potencia de señal, nuevas frecuencias civiles, capacidades avanzadas de anti-interferencia y compatibilidad nativa con Galileo, lo que eleva significativamente el nivel de servicio para usuarios militares y civiles.
Más allá de los satélites: el futuro de la navegación
El porvenir del posicionamiento global no se limita a optimizar lo existente. En paralelo, se exploran tecnologías como los sistemas de navegación inercial cuántica, la navegación óptica y sensores geofísicos que podrían prescindir de la infraestructura espacial. No obstante, en la actualidad ninguna de estas opciones se halla lista para sustituir el andamiaje satelital que sostiene la navegación moderna.
Una infraestructura invisible, pero crítica
Si el GPS dejara de funcionar mañana, el mundo se paralizaría. Las redes de telecomunicaciones perderían su sincronización; los aviones regresarían a métodos de navegación tradicionales; los sistemas de intercambio bursátil carecerían de la referencia horaria necesaria. La sociedad digital descansa sobre una malla invisible de señales temporales que emanan del espacio.
El GPS no es un simple dispositivo, sino una infraestructura crítica comparable a la electricidad o al suministro de agua potable. Sin embargo, no recorre tuberías ni cables; opera en silencio, a 20 000 km de altitud, con relojes que desvían menos de un nanosegundo al día.
Este sistema no es únicamente un invento; es un entramado: una constelación satelital, una política de Estado y una plataforma sobre la cual se cimienta gran parte de la economía digital. Nació como herramienta militar, se convirtió en un bien público global y hoy ocupa el epicentro de una competición tecnológica entre bloques.
Su evolución representa, en esencia, una metáfora de la transformación del poder: de la precisión balística a la eficiencia logística, del control territorial al dominio de los datos. Comprender cómo funciona el GPS equivale a entender cómo funciona el mundo en la era de la hiperconectividad.
Fuentes:
Latam.Space